martes, 18 de febrero de 2014

CAP 1.- SUPERAR EL PÁNICO Y EL MIEDO (4)



-.4.-

                        La silueta, negro sobre negro, levemente más oscura que el entorno, se movió ligeramente, deslizándose hacia el marco de una puerta, donde estaba más a cubierto, pero yo ya la había detectado. De reojo, sin apuntar la luz hacia la zona, la seguí. Un leve tinte verdoso salía de la habitación donde se encontraba, muy tenue, quizá de un panel de mandos, quizá un solo diodo; suficiente para delatar al extraño. Más caí en la cuenta de que, fuese quien fuese, estaba rodeado de cadáveres, lo que me hacía pensar en que no había una comunidad allí. Al menos no una muy fuerte. Y segundo, nos había salvado. Había escuchado golpes en la puerta, débiles seguramente, y había decidido abrir.

            Escuchando en el silencio que ahora gobernaba de nuevo el lugar sentí el zumbido monótono y grave de un aerogenerador, que sin duda era el que surtía de energía la instalación.

            Tres tuvo una reacción inesperada: se fue agazapando hasta quedarse en cuclillas junto a una silla. Lo he visto otra veces, es pánico atenazador y sincero, del que no te deja moverte, ni hablar, ni casi respirar. Estaba asustado porque temía a la muerte, a la muerte de repente y sin avisar... no se le podía reprochar, quizá era lo más sensato. Yo había visto la silueta, y sin tener en cuenta al muchacho, simplemente le había anunciado que no estábamos solos: ¿qué esperaba? No tenía preparación, no había visto al extraño... el fallo había sido mío, y no suyo. Ahora el extraño probablemente intuiría que sabíamos que estaba allí, por la reacción de Tres.

             Yo mismo tenía miedo, pero me había visto en algunas situaciones difíciles y algo en la nuca y en el latido del corazón en la sien me decía que si no había sucedido algo ya, lo más probable es que no corriésemos peligro inmediato. Así que me decidí a hablarle:

-Te he visto.

            La frase quedó colgada en el aire. Parecía que viajase por el espacio que nos separaba, hasta que llegó a la silueta. Se quedó más inmóvil si cabe. Cinco segundos... entonces la respuesta: una guía láser atravesó el mismo espacio, y se posó por un momento en mi pecho. Luego se apagó de nuevo. El latido de mi corazón se aceleró y casi podía escuchar el de Tres, que seguía aterrado.

-Yo también te he visto.- fue la respuesta, y no me gustó.

            La voz era rasposa, como si tuviese una vieja herida en la garganta o hablase a través de un aparato. Tampoco me gustó.

-¿Vas a matarnos?- Tres habló súbitamente.
-Tranquilo, cachorro. Si quisiera mataros no habría abierto la puerta, ¿aret?
-Qué quieres de nosotros- no quería que Tres hablase más, así que volví a hablar. Me interpuse un poco entre ellos dos.
-Por ahora vamos a dejar las cosas claras: sentaos en el suelo, no hagáis movimientos bruscos, y no os pasará nada. Solo quiero hablar. YO seré el que pregunte y vosotros contestáis. No quiero que os pase nada, al menos si no lo merecéis antes, ¿de acuerdo?
-De acuerdo- respondí lentamente. Al menos no estábamos en manos de un loco, aunque eso no podía asegurarlo todavía.

            Tres y yo nos sentamos en el suelo, en el centro del espacio que había entre varias sillas, donde mismo estábamos. La habitación del extraño estaba medio metro por encima de nuestra posición, y claramente dominaba la zona mejor que nosotros.

-Lo primero que quiero, terhin, es que apagues esa luz y la dejes en el suelo frente a ti.
-¿Por qué iba a hacer eso?
-Porque sabes lo que te conviene, y porque tienes que demostrarme que puedo confiar en ti.- la voz era arrastrada, como si hablase a través de una tubería. No me gustaba nada, pero al menos cuidaba las formas civilizadas. -Y porque, digamos, no me gusta NADA la luz. Aquí no hay demasiada, como puedes ver.

            Lo pensé unos segundos, y le hice caso, dejando lentamente el frontal frente a mí.

-Bien. Ahora dime: ¿qué hacéis aquí?
-Nos sorprendió la Tormenta.- hablaba yo en todo momento. O Tres había captado mi intención o no tenía nada que decir.
-Claro, cómo no he caído, estabais dando un paseo, visteis la Tormenta, y habéis venido a parar aquí, a mi bonita morada ¡¡donde hace más tiempo del que puedo recordar que no pisa alma humana!! -se fue calentando mientras hablaba, y dijo las últimas palabras gritando.

            Cuando los ecos se acallaron, se movió, se puso en pie y pude comprobar, si no me engañaba la vista, que era muy alto, y bastante robusto. Seguía siendo solo una silueta difusa.

-Amigo, tranquilízate, te estoy diciendo la verdad. Soy de un refugio, busco restos en el yermo, y estaba volviendo cuando...
-¡¡Estoy, soy, busco!!- me interrumpió, gritando de nuevo -¿En qué parte, “amigo”, incluyes al cachorro? ¿Te lo encontraste en el túnel, viniendo hacia aquí?

            Lo había juzgado mal en todo momento. No era ningún tonto y no iba a dejarse engañar. Y además, no parecía tener demasiada paciencia.

-Iba a eso ahora. Estaba volviendo cuando lo encontré inconsciente. Él ha hecho que me retrase, y por eso me ha cogido la Tormenta.- Tres me miró. Parecía sorprendido de mi sinceridad, aunque no había pretendido culparlo de nada.

            La silueta titubeó. Se movió a ambos lados, balanceándose. Parecía murmurar, casi se podían escuchar sus pensamientos desde donde estábamos. Me lo imaginé queriendo vernos mejor por su movimiento. Pensé en sacar poco a poco la Defender, pero no era el momento. De nuevo caí en mi torpeza, entrar en el lugar sin empuñar un arma. Aunque bien pensado, podría haber sido nuestra perdición.

-Te creo. Además, ese parece haber salido de una cuba de gestación. Ahora permaneced ahí un momento...
-...no corréis peligro.

            Las últimas tres palabras las escuché en otro lugar. ¿Se había estado moviendo y yo no me había dado cuenta? No lo entendí, pero el hijo de puta estaba a quince metros de la habitación. Me dolía de pronto la cabeza, y tenía la boca seca. Se dejaban oír sus pasos, uno de ellos arrastrado y pesado. Me quiso parecer en la oscuridad que sus brazos eran muy largos, pero no tenía modo de asegurarlo.

-¿Estás solo aquí?- aunque mi corazón galopaba en mi pecho por los últimos descubrimientos sobre nuestro “compañero”, me aventuré a preguntarlo.

            Los pasos dejaron de oírse. Casi pude verlo volviendo la cabeza. Su voz, ahora un susurro lastimero, estaba rota y rajada en mil pedazos.

-¿Sólo? No, terhin... no del todo.

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