jueves, 20 de febrero de 2014

CAP 1.- SUPERAR EL PÁNICO Y EL MIEDO (5)



-.5.-

            Nuestro anfitrión llegó al borde de la sala circular y, antes de meterse por un corredor angosto, carraspeó y... encendió una tenue luz, que sin embargo en la oscuridad reinante bastaba y sobraba para iluminar a diez metros al menos. La dejó en el suelo, antes de desaparecer fugazmente por el corredor. Acerté a ver ropajes pardos y grises...

-Ahora seguidme.- graznó con un ladrido áspero.
-¿Dónde vamos?- mientras me levantaba para seguirlo, guardé el frontal en una de las mochilas pues, al parecer, las reglas de iluminación eran muy estrictas allí.
-Podéis usar esto para iluminar el camino. Yo... no lo necesito.- dijo “VozSuave” por toda respuesta a cierta distancia ya.

            Tres y yo nos apresuramos a llegar a la entrada del corredor, agarré la luz, que no era más que una esfera pálida con un agarre metálico. Estaba caliente al tacto y despedía una luz verdosa tenue, algo fluctuante. Le daba a la escena un ambiente algo espectral que no necesitaba para nada, pues al volvernos vimos como decenas de cráneos de vacías cuencas y bocas abiertas miraban en nuestra dirección.

-Vamos, vamos- se dejó oír el graznido de nuestro anfitrión ya en la lejanía. Para ir cojo, andaba bastante rápido.
-Extraño personaje tenemos aquí. No sé aun si hemos tenido buena o mala suerte, pero al menos estamos vivos.

             Tres me miró tragando saliva, se pasó la lengua por los labios y la mano por los ojos. No se le veía precisamente tranquilo.

-No lo contraríes, parece tener un humor de perros: dudo que esté muy bien de la cabeza.- le dije mientras emprendía el camino.
-Tranquilo, eso ya lo he deducido yo solito.

___________
            Diez minutos más tarde seguíamos todavía al extraño, que de vez en cuando hablaba desde la oscuridad. Nos instaba a seguirlo, a correr más, a tener cuidado y a no romper nada. Esto último no lo entendí, ya que había más bien poco que se pudiera romper. Cruzábamos un túnel con un entramado de cables en el techo, algunas tuberías en un lado y con muchísimos cambios de nivel. Dejamos atrás otros corredores parecidos que se abrían a la oscuridad a uno y otro lado. Ignoro dónde conducían pero había un buen número de ellos. Diversos objetos habían sido dejados por allí sin ningún miramiento: varias latas de combustible gastadas, un cuenco enorme de cerámica, roto y descolorido, varios rollos de cable amontonados y medio pelados, un cubo enorme, varios faldones enormes oscuros en un rincón... parecía el almacén de lo inútil.

-Vamos, por aquí.- gritaba desde el fondo el extraño morador de aquél reducto.

            Al cabo de otros cinco minutos, llegamos a una sala circular con tres niveles, habiendo entrado nosotros por el intermedio. Una escalera metálica la circundaba y permitía el acceso a las tres pasarelas. En la superior había una habitación hecha por cortinajes blanquecinos, sobre una plataforma metálica que no existía en los otros dos niveles. La atmósfera era pesada y olía asquerosamente mal, si bien en todo el complejo de túneles no es que el aire fuese muy distinto; aunque lo prefería al picor de garganta y la inflamación de las mucosas que provocaba la Tormenta.

-Subid, subid.

            Cuando lo hicimos, descubrimos que dentro de la tienda, bastante amplia y por lo visto llena de cachivaches, había otra luz igual encendida, que arrojaba sombras y dibujaba difusamente todo lo que había en el interior. No había entrada alguna a la tienda, al menos no que se viera.

-Podéis sentaros donde queráis.

            Tres y yo de nuevo nos sentamos en el suelo y al fin me relajé un tanto, aunque presentía que el tema principal no había sido tocado todavía. Demasiado fácil, demasiado amable... “VozSuave” ocultaba algo.

            Allí sentado, en silencio, esperando a que se dijese algo, comencé a escuchar un ruido general que venía de la parte de abajo. Lo había tenido en la periferia de la percepción desde que entramos en la sala, pero ahora en silencio es cuando lo percibí claramente: en el piso de abajo se movía algo, había sonidos indeterminados por toda la parte baja de la sala, aquí, allí, por todas partes. De todas formas, estaba a diez metros bajo nuestros pies.

            Años allí solo... no lo pude imaginar. Observando la tenue sombra que se movía por la amplia tienda, comprobé que tenía razón en mis figuraciones anteriores: el tipo tenía los brazos largos y gruesos, y parecía estar cubierto por pesados ropajes. Con todo, se adivinaba su gran envergadura y si se ponía de pie, ya que andaba bastante encorvado, yo podría llegarle por el hombro.

-Donde lo he dejado...- murmuró, y sonó como un arrastrar de piedras.
-Amigo, ¿puedo preguntar cómo te llamas?
-Puedes preguntar lo que quieras, terhin, tantas veces como quieras. Probablemente un día no muy lejano estarás muerto, tus huesos blanqueándose al sol, tirado en cualquier parte de la sucia superficie.


Mientras hablaba, VozSuave revolvía diversos cacharros, destapaba algunos fardos y roía restos de comida que encontraba. Se movía con nerviosismo, rápidamente, y los sonidos de masticación y la misma respiración no eran nada agradables. Más parecía un animal que un hombre, seguro que gracias a los años de soledad que aseguraba llevar allí.

-¿Por qué lo dices?-en todo momento hablaba yo con el extraño. Tres respiraba ahora rápidamente, y miraba al suelo alrededor suyo... parecía haber escuchado el ruido de abajo.
-Porque vas a seguir tu camino, vas a irte en cuanto averigües como hacerlo, a tu bonito refugio lleno de vida y amigos. Y te matarán, los Vahuat o la propia Tormenta. Y a él también.

            ¡Al fin! Vahuat era una palabra que conocía. Desde el principio había detectado que el individuo empleaba algunas palabras raras, y eso me tenía desconcertado. Lo mejor cuando hablas con un desconocido es saber de dónde proviene, o a qué grupo pertenece. Eso te puede dar cierta ventaja o al menos una pista de qué puede querer de ti.


            A través de la Red 200 llegó hace meses un comunicado del este, proveniente del refugio 140 en adelante -una de las zonas que mejor conservaban los canales de comunicación- en el que se mencionaban los movimientos de un nuevo grupo hacia nuestra zona: los Nómadas los llamaban. Era una banda del yermo, si bien no demasiado agresiva. Tenían una jerga peculiar, heredada de años de vagabundeo. Al parecer sobrevivían en el exterior ocultándose en las profundidades cuando la Tormenta llegaba, o directamente escapaban de la zona a otros lugares más apacibles... si quedaba algo apacible en el exterior. Se decía que tenían mutaciones. Lo recordé en parte.
            Decidí seguirle el juego. Además quería averiguar varias cosas del lugar.

-¿Y por qué no vienes con nosotros? El refugio 107 no queda muy lejos de aquí, conozco el camino...
-¡¡SIIIiii!! Veo que lo conoces muy bien- la silueta de la tienda se volvió hacia nosotros, con la cabeza hundida entre los hombros. Se irguió, dejó de buscar, era muy alto... se acercó a la pared de lona.- ¿Por qué nunca bajaste aquí, o alguno de los tuyos? ¿Por qué ahora, y nunca en todos estos años? ¿Sabías que aquí había una galería? Te irás, y no me llevarás contigo, los muertos no llevan a nadie.
-Puedo hacerlo, puedo llevarte conmigo, subiremos por el mismo lugar...
-¡No, terhin! Y no hay más que hablar. ¡Ahhh! Aquí está.

            Un brazo liado en harapos, del ancho de una pierna de Tres, salió por un pliegue de la tienda y arrojó un objeto cerca de nosotros. Eran un par de binoculares enormes que se ajustaban a la cara como una máscara, todo un tesoro de los Días Oscuros. Me quedé impresionado por el hallazgo.

-Cógelo, te será más útil a ti.- el gigante parecía un poco amargado ahora, no se movía y se había agachado o puesto en cuclillas, no sabría decirlo.

            Permanecimos los tres en silencio durante un minuto. Cogí el aparato y lo guardé en la mochila, dando las gracias quedamente. La verdad que el amigo era toda una caja de sorpresas.

-Antes mencionaste que no estabas solo...
-Ah... sí, es cierto en parte.
-¿Escuchas eso? –me susurró Tres de pronto acercándose un poco. El ruido estaba aumentando desde hacía un minuto, los arañazos, un rozar metálico, un restregar incesante...

            Tres y yo mirábamos a través de la plataforma metálica, que tenía huecos y partes de rejilla, hacia la oscuridad de abajo, pero no se podía advertir nada en absoluto desde allí. No pude evitar imaginarme, gracias al sonido, que un montón de bestias nos miraban agazapadas en la oscuridad.

            De pronto el gigantón salió de la tienda. Llevaba un brillo verdáceo en la mano y no me había fallado nada el cálculo: era enorme. Estaba por completo liado en harapos pardos y grises, anudados en algunos sitios con correajes de cuero. En la cara, la única parte visible eran sus ojos, y llevaba una máscara de visión parecida a la que yo había guardado en la mochila. Tres luces verdes brillaban débilmente en su frente. Ahora llevaba un grueso bastón coronado por una punta metálica larguísima.

            Nos observó de pie, cerrando de nuevo el pliegue de entrada a la tienda, mientras nosotros nos levantábamos un tanto sobresaltados. Recogí todas mis cosas del suelo.

-Quedaos aquí, es más seguro. Están acostumbradas a mí.

            Tres y yo tragamos saliva a la vez, mientras el gigantón bajaba la escalinata metálica ayudándose del bastón. Me fijé que llevaba una bolsa colgada de la espalda de la que asomaban algunos restos sanguinolentos. Este detalle me produjo un escalofrío, y me esforcé en identificar algún detalle, aunque me fue imposible.

            Nos quedamos en la oscuridad, ya que la única luz ahora era la suya, aunque inmóviles tras el parapeto como nos encontrábamos, no la necesitábamos. Es más, yo estaba más tranquilo así.

            Cuando el gigantón terminó de descender al piso de abajo saltó con algo de esfuerzo el último tramo, que distaba del suelo más de medio metro. 

            Al caer, la luz reveló lo que moraba en el fondo de la sala: cientos, miles de ratas enormes, colonias y colonias enteras de roedores sobrealimentados o muy desarrollados, algunas del tamaño de un perro mediano. Se le subían por las piernas, entraban en la bolsa, desperdigaban su contenido, saltaban, se mordían, arañaban y bufaban con acritud. Prácticamente el hombre desapareció bajo el peso de las ratas, pero aún se veían sus brazos, que repartían el contenido de su bolsa por todos sitios, para que todas sus mascotas pudieran comer. Me fijé que había no pocos ejemplares que eran mucho mayores, con deformidades extrañas, extremidades de más o formaciones óseas de lo más raro...

            ...a éstas, el desconocido parecía tenerles un especial cariño: se le acercaban, se rozaban contra él, le mordían, y él las cogía, las miraba como midiendo algo, las soltaba de nuevo, y continuaba con su vagabundeo entre el mar de ratas y bestias.

            Encendí la luz, miré a Tres, que tenía ambas manos en la boca:

-Tenemos que salir de aquí.

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