jueves, 27 de febrero de 2014

CAP 1.- SUPERAR EL PÁNICO Y EL MIEDO (6)



-.6.-

Tengo los ojos abiertos...


            Una larga carretera se extiende hacia adelante... la recorremos a bordo de una caravana. Mi padre y mi madre me miran desde la parte delantera, mientras yo, un niño, juego en la parte trasera con mi perro... Mi perro... Lo miro y recuerdo su nombre: Ceres. Da vueltas y vueltas intentando coger una cuerda con varios nudos que yo le tiro una y otra vez.


            Delante de nuestra caravana, una larga comitiva de muchos otros vehículos, algunos de ellos grandes y pardos con las siglas U.E.N. También hay camiones cubiertos, grandes y pesados, con las ruedas tan altas como un hombre, que me gustan y me intrigan.


-¿Qué llevan esos, papá?

-Esos llevan todo el equipo, además de comida y bebida.- responde mi padre sin quitar los ojos de la carretera. Tiene barba y el gesto muy serio.


            Mi madre le toca un brazo, y él ladea la cabeza.


-También llevan juguetes.- dice ella, y yo abro unos ojos como platos.

-¿Juguetes? ¿En serio? ¿Y cuándo nos los darán?

-Cuando lleguemos, hay que ser paciente y bueno.

-Vaaaaya, juguetes... ¿Y dónde vamos?

-Lejos, muy lejos.- dice de nuevo mi padre. De la mejilla de mi madre se descuelga una lágrima... no me doy cuenta hasta ese momento que está llorando...


                        Cierro los ojos y la imagen se va. Sé que esas personas fueron mi padre y mi madre... lo siento así. Pero no los “recuerdo”. Simplemente tengo esas visiones de vez en cuando, en cualquier momento, vienen a mi cabeza sin más.


            -Hijo, ven a comer- dice mi madre desde el porche de una casa...


            Agito la cabeza con fuerza. La imagen se va. Cada vez son más frecuentes desde que me desperté.


            Mi despertar... otra cosa más para la lista de “averiguar cuando sea posible”. El primer recuerdo que tengo es del Buscador mirándome extrañado, hace un día y medio. Antes de eso hay algo, pero muy difuso, muy borroso, un deambular caótico y desesperado, objetos cayendo, puertas abriéndose, un montón de caídas al suelo, sed y hambre, y un sabor raro en la boca, en la nariz, en los ojos... No sé de dónde vengo, pero tengo la impresión y casi la certeza de que no quiero volver.


-Tengo que contarte algo. –mi madre sujeta mi cara entre sus manos...

-¡¡Ehhh, vamos!!- lo volví a llamar y por fin el muchacho levantó la vista. Estaba sudoroso y visiblemente extrañado, pero seguía sin presionarle cuando estaba en ese estado. Tendría sus propios demonios interiores; sin duda, no era momento para eso. 

–Tienes que espabilarte, tenemos que salir de aquí.

            Había pasado bastante tiempo desde que el gigante descendiera a dar de comer a sus bestias. Ahora volvía a subir, nauseabundo y lleno de porquería... para cuando volvió a meterse en su tienda, nosotros estábamos en la entrada de la sala, muy poco dispuestos a compartir con él nada, y se dio cuenta.

-Haced lo que queráis, pero piénsalo, terhin, no eres tonto... años aquí abajo, años. Ahora ya no puedo irme. –nos miró desde lo alto de la pasarela, envuelto en sus ropajes ahora sucios y raídos. Parecía un fantasma de los cuentos de “Después del Fin” que de pequeños oíamos de los Padres. –Hago lo que hago porque tengo que hacerlo: es mi único medio de vida. Haced lo que queráis. –dijo por último, dándose la vuelta, con la tétrica luz en la mano, de vuelta a la tienda.


            Con la luz que me había dado, Tres y yo volvimos no sin cierta dificultad a la sala circular. No me atreví a explorar ninguno de los ramales que partían del túnel principal, menos después del espectáculo que habíamos presenciado abajo. Permanecimos alejados de los cadáveres que se apilaban junto a la puerta...


-Bueno, hemos sobrevivido, y ese tío de ahí parece haberse relajado un poco. –le dije a Tres para tranquilizarlo. –No podemos subir de nuevo por la galería: la Tormenta debe estar ahora en todo su apogeo, y durará al menos un par de días. Tenemos que aguantar aquí, o explorar los túneles...

-¡No pienso hacer eso!

-Veremos lo que pasa con nuestro anfitrión, tenemos que vigilarlo, no podemos confiar en él todavía y menos después de lo que hemos visto.


            Tenía mis armas, tenía el frontal y nosotros éramos dos. En caso de que las cosas se pusieran feas, no me iba a coger desprevenido otra vez. Había cometido una gran torpeza en nuestro primer encuentro, pero no se volvería a repetir... aunque había una cosa que no me gustaba lo más mínimo.


-Tres, cuando el gigante nos dijo en esta sala que nos estuviésemos quietos... ¿qué pasó? De pronto me dolía la cabeza y tenía la boca seca.


            Tres parecía desconcertado, no recordaba bien, pero de pronto cayó en la cuenta, se separó un poco de mí, y me miró de reojo.


-¿Cuando te preguntó por todas esas cosas?

-¿Qué cosas? De pronto dijo que no corríamos peligro... pero había ocurrido algo...

-Espera, espera, no, no fue así. Estuvisteis hablando... –no podía creerlo –largo rato, y yo permanecía callado todo el tiempo. De hecho, no entendí por qué le contabas tantas cosas.

-¿Que le conté qué? ¡¡Yo no abrí la boca!! –me sentía mareado, no creía lo que decía Tres, no podía ser.

-Sí, te hablaba muy rápido, y tú contestabas ¿Cómo es posible que no te acuerdes?


            Me senté en el suelo, me miré las manos, me tapé los ojos... seguía mareado.


-¿Qué le conté?

-Déjame un momento... le dijiste dónde está el Refugio 107, cuántos sois, cuántas armas tenéis, quiénes son los Padres y si habéis tenido trato con mutantes.


            El mareo iba a peor, tuve que tumbarme en el suelo. Tuve la sensación de que estaba al borde de un precipicio, de que ya había hecho algo que no tenía que haber hecho, y no podía remediarlo...


            ...o sí podía remediarlo. Aun mareado me levanté del suelo, encendí el frontal, las calaveras de los muertos sonreían.


-Quédate aquí, Tres, volveré en un momento.


            Me dirigí de nuevo al túnel, se estaba formando una determinación en mis manos, que aferraban la Defender con fuerza. Apreté los dientes: iba a dejarle claro a ese tipo algunas cosas.


-¡Espera! –Tres casi había gritado –Hay algo más que le dijiste. Puso mucho énfasis en enterarse de eso.

-¿Qué?

-Cómo y por dónde entrabas al 107.

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